Oscar Müller Creel

  • Oscar Müller Creel
    Oscar Müller es Doctor en Derecho y tiene el grado de Maestro en Administración de Justicia y candidato a maestro en periodismo. Es originario de la ciudad de Chihuahua, México. Es colaborador en Radio Claret América de  Chicago Illinois, en temas de Derechos Humanos y Administración de Justicia y sus columnas de opinión se han publicado en el periódico Hoy del grupo Tribune Publishing Company de Chicago Illinois EUA, la cadena noticiosa Hispanic Digital Network de CISION, así como en el Heraldo de Chihuahua del grupo Organización Editorial Mexicana. Ha escrito libros sobre Derechos Humanos y Ética del Abogado, así como artículos científicos en Universidades de México, Colombia y España. Correo: [email protected]
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Juan Diego, el mensajero del cielo

Miles acudieron al templo situado en la base del cerro del Tepeyac, en México, la ceremonia era presidida por el Máximo Jerarca de la Iglesia Católica, Juan Pablo II, millones más la observaban por televisión. Finalizaba el caluroso mes de julio de 2002 y el acto, que se celebraba en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, tenía un tinte especial: se canonizaba, es decir, se declaraba solemnemente santo al Beato Juan Diego, hombre que fuera de origen natural de las Américas y que sería el primero de esta etnia en ser elevado a ese rango por la Iglesia Católica. El Papa mencionó en su Homilía que el encuentro entre el Beato y la Señora del Tepeyac, según se relata en los escritos de la época, significó el comienzo de la expansión de la Religión Católica por todos los territorios conquistados y por conquistar por la Corona Española; también dijo que Juan Diego fue el elemento que concatenó a dos mundos, hasta entonces separados, para que naciese una nueva identidad mexicana representada en el rostro mestizo de la imagen Guadalupana. Según nos relata la página de Internet del Vaticano, el hombre cuyo nombre nativo era Cuauhtlatoatzin, que significa “Águila que habla”, nació en el entonces Reino de Texcoco, en el año 1474, él y su esposa se acogieron a la Religión Católica, ya mayores, en el año de 1524, cuando fueron bautizados con los nombres de Juan Diego y María Lucía, esta última murió en 1529. El 9 de diciembre de 1531, cuando nuestro personaje caminaba hacia el mercado de Tlatelolco, en el lugar conocido como Tepeyac, se le presentó una mujer quien le dijo ser “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdadero Dios” y le pidió acudiera con el Obispo de México, Juan de Zumárraga y le pidiera a su nombre edificar un templo en ese lugar. Una vez que Juan Diego habló con el obispo, quien dudando de lo narrado, le examinó sobre sus conocimientos de la doctrina cristiana y una vez satisfecho, le pidió pruebas de lo que le decía. Tres días después, Juan Diego hacía su recorrido y al pasar por el Tepeyac, se le apareció la imagen a quien le contó, atribulado, la exigencia del obispo, por lo que la mujer le ordenó subir al cerro del Tepeyac y recoger flores , se cuenta que a pesar de ser un lugar árido, cuando nuestro amigo llegó a la cima, encontró gran cantidad de flores, en su capa de tela rústica que es conocida como tilma, recogió cuantas pudo y bajó con ellas hasta donde se encontraba la aparición, que le ordenó acudir ante el obispo y presentarlas, como la prueba que le requería. Así que de inmediato se trasladó a la ciudad de México y, frente al obispo, abrió el lienzo del que brotó una cascada de flores las que al caer fueron descubriendo una imagen estampada en la tela, que Juan Diego, de inmediato reconoció como la Señora que se le había aparecido en el Tepeyac. Nos relata el sitio de Internet mencionado, que Juan Diego renunció a sus bienes terrenales, para servir humildemente en la casa que se construyó, para la adoración de la virgen, en las faldas del Tepeyac, muriendo a la edad de 73 años, una edad muy avanzada para aquellos tiempos. El “Milagro del Tepeyac”, ha sido atacado y defendido, incluso dentro de la misma Iglesia Católica y muchas especulaciones, sobre la veracidad de estos hechos, se han tramado a través de los siglos; pero es innegable que la Imagen de la Tilma, ha sido desde su aparición, un elemento de fortaleza para la nueva cultura que se fundó con la mezcla de creencias, etnias y costumbres, derivada de la conquista española, en lo que es hoy Latinoamérica. Esta imagen se ha convertido en un emblema y conciencia de quienes habitamos los países hispanoparlantes de las Américas. Recordemos que, en su búsqueda por la independencia, la imagen de la Guadalupana formó parte importante en la motivación de los insurgentes, y a las batallas llevaban un estandarte con su imagen, significando con esto la pertenencia a una cultura distinta a la española. Inclusive un tipo tan anticlerical como Ignacio Altamirano, en 1884, mencionó que las festividades en honor de la Guadalupana, en las épocas decembrinas, amalgamaban a las distintas clases sociales. Ahora se ha utilizado en forma subliminal el color moreno de la piel de la imagen del Tepeyac, para que el partido en al poder pretenda una inexistente unión con los mexicanos creyentes de esta tradición. Haciendo a un lado las creencias religiosas, respetables en todos los sentidos, no podemos poner en duda que la adoración Guadalupana forma una importante parte de la cultura mexicana y es uno de los ingredientes que nos identifica como descendientes de la hermosa mezcla de culturas, que la historia nos ha heredado.   Puede leer las columnas del Doctor Müller en http://www.oscarmullercreel.com/   También puede ver sus aportaciones en video en: https://www.youtube.com/channel/UCVIY16VXPjfvK5_x2Yjn7Aw